En tiempos de pandemia afloran las contradicciones, las confusiones, los miedos y las dudas sobre lo que sucede y sobre las decisiones del Estado. En la búsqueda de proteger a los ciudadanos del virus, a través de la cuarentena, la forma en que se la va administrando genera preguntas incómodas. ¿Por qué se permite la actividad comercial, que muestra a cientos de personas casi amontonadas, y se prohíben otras profesionales o industriales que a veces se limitan a un trato cara a cara entre dos personas? ¿Por qué se veda la posibilidad de correr o andar en bicicleta al aire libre si esas actividades per se impiden el contacto directo con otras personas? ¿Por qué hay que “esconderse” para ver a un familiar, pero se puede estar a la par de gente desconocida en una cola de banco? ¿Por qué algunos disfrutan de plazas y espacios públicos a la vista de policías mientras una mayoría cumple con lo que se pide? ¿Por qué algunos privilegiados funcionarios comparten un asado cuando cientos de miles no lo hacen? Mal ejemplo.
Lo que cunde en esta pandemia es lo que ya es pandemia en Argentina hace décadas: la desigualdad.
El asado que compartieron el gobernador, el vice, un ministro de la Corte, varios intendentes y ministros no tan sólo es un pésimo mensaje a la sociedad a la que se le pide que cumpla con el aislamiento social que manda la Presidencia de la Nación, sino que también provocó un torbellino político. Luego de que el columnista Federico Türpe hiciera público el encuentro, los que participaron de la comilona bandeña comenzaron a mirarse con desconfianza. También a su entorno. La preocupación primera es conocer quién fue el traidor que filtró la información y un audio que da detalles del encuentro. La segunda, no menos importante, es si todo en realidad se trató de una “opereta” para dejar mal parado a Juan Manzur. O a Osvaldo Jaldo. O al ministro de la Corte Daniel Leiva.
Los dardos, en ese sentido, apuntan contra un par de intendentes y contra algunos colaboradores de segunda línea también presentes en el asado. Por el momento, por las dudas, mandaron al freezer a algunos de ellos. Manzur está ofuscado con la “trampa” en la que analiza, primero, si existió y, segundo, si cayó en ella. Seguramente la denuncia judicial en contra de ellos por presunta violación al decreto nacional que ordena la cuarentena duerma en algún cajón acumulando polvo, pero en vastos sectores de la sociedad quedó anotado el hecho y le bajó acciones a lo que el Estado provincial venía haciendo como “gran cuidador de los tucumanos”.
Pese a este percance social, por denominarlo de alguna manera, Manzur continúa sacando réditos a sus dotes de bendecido a la hora de surfear problemas. La visita del presidente, Alberto Fernández, tapa rencillas y lo coloca otra vez en el centro de la escena. Dice mucho que el Jefe de Estado elija Tucumán para el relanzamiento de sus travesías por el interior. Como ya se había informado, el gobernador recolecta sin prisa pero sin pausa los frutos de lo que sembró durante la campaña de Fernández: destraba fondos, consigue obras y espera anuncios importantes en materia de infraestructura de la mano de la Nación.
Es una muestra de su continuidad en el círculo de influyentes que alguna vez puso en duda la vicepresidenta de la Nación, cuando le tumbó candidatos para integrar el Gabinete nacional y, literalmente, lo bajó del escenario del triunfo electoral. De todos modos, el mundo kirchnerista tucumano monitorea de cerca al gobernador y pasa aviso a Cristina Fernández de lo que aquí acontece. No es causal que el mismo Manzur que bloqueó y se pronunció contra la Ley Micaela sea el mismo que pidió que se aprobara cuanto antes. Todo gesto sirve para congraciarse con su ex jefa. Justo hoy esa petición le será concedida por la Legislatura.
Entre casualidades y desigualdades, surgen más incógnitas. ¿Jaldo acompañará a Manzur en la visita de Fernández? Sí, lo hará, pero también presidirá la sesión de la Legislatura. El vicegobernador estará desde el comienzo y hasta las 13 en la cabecera del recinto para presidir una sesión de la Legislatura que pinta larga y con temas pesados, como la norma que inspiró Micaela García y la que busca combatir a los motochorros. La presencia de Jaldo en uno y otro lugar dice mucho respecto de la relación entre la dupla gobernante y sus respectivos adláteres. Hablando del vicegobernador, en la Cámara afirman que le puso freno a un “gorrión” que asiduamente le cantaba punzantes melodías respecto de las intenciones del manzurismo para con su futuro político. Al parecer, Jaldo acalló esos trinos para enfriar su cabeza y modificar -al menos para las apariencias- su estrategia hacia la Casa de Gobierno.
A todo esto, la oposición parece haberse vuelto “vegana” entre tanto “asado” oficialista. No comparte ni un zoom organizador. Cada integrante de lo que otrora fuera una fuerza interpartidaria prometedora se va convirtiendo en espasmos aislados con reclamos puntuales a viva voz. Cada vez se desvanece más la palabra “juntos” y se fortalece la de “cambio”, uno para pasarse de bando o romper lo que se había armado. Al final, parece cumplirse la profecía peronista que anticipaba que apenas representaban un rejunte electoral de dirigentes o partidos en busca de proteger pequeños espacios de poder. Otro mal ejemplo para la democracia.